lunes, 17 de julio de 2017

MALVINAS : PODER Y PETROLEO

MALVINAS: PODER Y PETROLEO “! Ojo al Cristo que es de Plata !” Por Sergio Cerón - Octubre de 2004 “!Ojo al Cristo que es de Plata!” George Bernard Shaw, el gran dramaturgo irlandés, predilecto durante varias décadas del público británico, caracterizó con su mordaz estilo al pueblo inglés, adoctrinado históricamente por su clase dirigente. Dijo en una de sus obras: “Nunca se encontrará un inglés que no tenga razón. Todo lo hace por principios; te guerrea por principios patrióticos, te roba por principios de comercio, te esclaviza por principios imperiales, te oprime por principios de fuerza, sostiene a su rey por principios de lealtad y lo decapita por principios republicanos…” Aquí encontramos una de las claves que explican la trayectoria del Reino Unido en el concierto internacional. Otra clave nos la suministra el personaje que lanzó a Inglaterra hacia su expansión imperial moderna y que, como lo señala Shaw, decapitó a su monarca por principios republicanos. Oliverio Cromwell (1599-1658). Devenido dictador, luego de ganar la guerra civil de fuerte contenido ideológico y religioso, se convirtió en el portaestandarte del protestantismo europeo y, como tal, desarrolló una obsesiva fobia contra España, convertida en el brazo político de la Iglesia Católica. En su discurso del 17 de septiembre de 1656, explicó la política exterior que debía seguir Gran Bretaña: “…Porque, en verdad, vuestro gran enemigo es el español. Es un enemigo natural. Es naturalmente así; es así naturalmente por razón de la hostilidad que en él hay contra todo lo que sea Dios. Contra todo aquello de Dios que esté con vosotros o pueda estar en vosotros. El español es vuestro enemigo; su enemistad ha sido puesta en él por Dios. Es el enemigo natural, el enemigo providencial; quien le tenga por enemigo accidental no conoce las Escritura ni las cosas divinas… Con Francia se puede hacer la paz, con España… no” Desde el descubrimiento y la colonización de América por España, lo que hoy llamamos Hispanoamérica es, para el Reino Unido o, si preferimos, por los anglosajones, una unidad política, económica y social a la que consideran su enemiga, simplemente por razones genéticas, con raigambre religiosa, cultural y hasta racial. Esa disposición de ánimo de los ingleses ha sido transmitida culturalmente a sus descendientes americanos. El término “hispanos” (a veces “latinos”) tiene en Estados Unidos una connotación despectiva, que intenta marcar una escala jerárquica, en cuya cúspide figuran los “wasp” (blancos, anglosajones, protestantes). Y esto a pesar de los esfuerzos de los sectores que luchan contra las políticas discriminativas en un medio donde se disimula la descalificación que significa el término “negro”, apelando al eufemismo de “hombre de color”. Los ingleses usan para referirse a los argentinos el término “argie”, con la misma intención subestimativa con la que denominamos a los habitantes de las islas “kelpers” (una variedad de algas) acuñada originariamente en su madre patria. Andrew Graham Yooll, periodista británico que escribe en “The Buenos Aires Herald”, suministra una tercera clave en un interesante y transparente libro editado hace algunos años: “Pequeñas guerras británicas en la América Latina”. Comienza con una frase introductoria: “Desde hace mucho tiempo la opinión de los pueblos de las repúblicas sudamericanas ha sido que los ingleses constituyen una nación de piratas”. Y apela luego a un singular y desconcertante argumento, creo que sincero debido a su formación inglesa : arguye que el uso de ese término es un fácil recurso periodístico porque, a su entender, no se hace distinción (comillas) “entre los piratas de costumbres salvajes y criminales del continente, y los corsarios, bucaneros o corsos: todos saqueadores de poblaciones pacíficas en interés del enriquecimiento personal o los objetivos políticos de un gobierno remoto” El libro - dice un comentario de la prestigiosa revista Criterio del 27 de junio de 1985 - …”hace un gran aporte: el de haber considerado a nuestra América como unidad desde el siglo XVI hasta nuestros días y el haber considerado guerras inglesas aun a muchas de nuestras guerras civiles” Para Graham Yoll serían guerras británicas las grandes invasiones inglesas al Río de la Plata (la primera, en 1763, estuvo a cargo de una flota combinada anglo-portuguesa financiada por comerciantes de Plymouth y terminó con la voladura de la nave insignia “Lord Clive” por la artillería operada por vecinos de la ciudad de Buenos Aires). Y, además: • La guerra con el Brasil por la Banda Oriental del Uruguay. • El bloqueo francés del Río de la Plata (1838) y su secuela, el Combate de la Vuelta de Obligado (1845). • La Guerra del Paraguay de la Triple Alianza. • La Guerra del Pacífico, de 1879-83, mediante la cual Chile se apoderó de las costas marítimas de Bolivia y de varias provincias peruanas (guano y salitre). • El conflicto del Límites con Chile de 1902. • El bloqueo de Venezuela en el mismo año, por el cobro compulsivo de la deuda externa, con participación de otras naciones europeas. (doctrina Drago). • La conquista del Canal de Panamá por Estados Unidos de Teodoro Roosevelt. • La Guerra de Cuba y la instalación en La Habana del secretario de Estado William Taft como gobernador de la isla. • La Guerra del Chaco, en la década de los años 30, promovida por la Standard Oil estadounidense (Bolivia) y la Royal Dutch anglo-holandesa (Paraguay). • El nuevo conflicto por el Beagle en 1978 y el arbitraje británico que favoreció a Chile La historia del Reino Unido está colmada de episodios que dan cuenta de su espíritu rapaz extendido, por otra parte, al resto de Europa, en particular aquella que recibió la influencia de la doctrina calvinistas: la predilección de Dios se manifiesta por medio de los bienes materiales que permite acumular a los individuos y a los pueblos. La predestinación sirve para justificar que los Estados Unidos hayan esgrimido, desde su nacimiento como nación protestante, la doctrina del “Destino Manifiesto”, en nombre de la cual se han erigido en país tutor del resto del mundo. Tal vez uno de los episodios que mejor definen a Gran Bretaña, a la que en el siglo XIX se la definió como la “Pérfida Albión”, es la Guerra del Opio. Bajo la conducción de Lord Palmerston, el gobierno de Su Majestad declara en 1840 la guerra al Emperador de la China, en nombre de la libertad de comercio, para obligarlo a abrogar las leyes que impedían el comercio del opio en su territorio. La droga devastaba grandes capas de la población. Se la producía en la India, dominio inglés. Y los comerciantes británicos obtenían grandes fortunas en una condición que hoy definiríamos como narcotráfico. Entre las instituciones y los hombres que participaban de esa empresa surgen nombres como Swire, Dent, Baring, Rotschild, el Hong Kong Shangai Bank (hoy HSBC), Jardine Matheson, Chartered Bank, Peninsular and Orient Steam Navigation Company. En una palabra, la flor y nata de la dirigencia política y financiera de Londres de la época, que hoy todavía tiene vigencia. La flota inglesa llegó desde las bases navales británicas de todo el mundo. El Ejército Chino, mal armado y corrompido por el uso del opio en sus filas, fue vencido. El Emperador debió aceptar: • La plena legalización del uso del opio en China. • Compensar a los comerciantes ingleses por el opio que había confiscado su gobierno. • Pagar a la Corona la por entonces exorbitante suma de 21 millones de libras en plata. • Conceder a Inglaterra el control del puerto de Hong Kong, que mantuvo hasta hace pocos años. En 1860 estallaría la Segunda Guerra del Opio. Gran Bretaña y Francia, socios en las intervenciones en el Río de la Plata durante el gobierno de Rosas, actuaron de consuno sitiando al país oriental. “The Times” de Londres justificó el hecho: “Inglaterra con Francia, o Inglaterra sin Francia si es necesario… deben darle tal lección a esas pérfidas hordas, que de aquí en adelante el nombre de Europa sea motivo de temor, si no puede serlo de amor, por todas las tierras”. A riesgo de ser reiterativo y agobiante, un solo antecedentes más, recogido del historiador y catedrático británicos James Cable. En su libro “Diplomacia de Cañoneras” (1977) sostiene que su país había enviado, entre 1919 y 1969, 59 expediciones navales con fines de intimidación. Menciona los países que sufrieron esa acción de “mostrar la bandera”: Argentina, Italia, España, Alemania, Noruega, Islandia, Irán, Albania, Agencia Judía (antes del Estado de Israel), Guatemala, Irak, Rodhesia, Tanganika, Zanzíbar, Unión Soviética, China, Turquía, Austria-Hungría, Lituania, México, Nicaragua, Egipto, Japón y Yemen del Sur. Esta enumeración sirve para advertir que la Guerra de Malvinas no es fruto de la casualidad, ni de los delirios alcohólicos de un “general borracho” (Leopoldo Fortunato Galtieri), ni exclusivamente del intento de salvarse de un régimen militar en descrédito. Hasta aquí vemos como Gran Bretaña se ha movido a través del tiempo en base a una política de Poder y de expoliación de otros pueblos, en particular de los que hoy denominamos del Tercer Mundo”. A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, el imperio británico inició su tarea de desguace. Abandonó la India, renunció a las bases de Singapur, aceptó la plena independencia de la Unión Sudafricana, se retiró de Suez, de Kenia, de Rodhesia, de Malta, de Chipre, de Palestina, en fin, de todos los puntos clave que le habían permitido controlar la estrategia mundial. En 1946 presentó ante las Naciones Unidas la lista de los territorios que se proponía descolonizar; en la lista figuraban las Malvinas. ¿Cómo explicar, entonces, que en 1982 movilizará la mayor fuerza operativa aeronaval desde l945, para disputar con la Argentina dos olvidadas y miserables islas, situadas en el Atlántico Sur, pobladas por ,menos de dos mil almas y algunos millares de ovejas y sin valor estratégico desde que se abrió el Canal de Panamá? La tesis que he sostenido en mis publicaciones y charlas es que los dos factores más importantes que explican la contienda son la necesidad de Mrs. Thatcher de remontar su creciente impopularidad – en marzo de 1982, las encuestas mostraban un 75% del electorado en contra suya - y mantener al Partido Conservador en el poder, y el fenomenal aumento del valor de los hidrocarburos provocado en 1973 por la crisis de la OPEP. En momentos de generarse el conflicto, el precio internacional del barril de petróleo, o gas equivalente en calorías, oscilaba en los 30 dólares; apenas una década antes equivalía a algo más de una décima parte de ese valor. Inglaterra, en momentos en que descendía en el ranking de potencias económicas, había encontrado un recurso inesperado en los yacimientos del Mar del Norte. Pero sus expertos tenían en claro que se trata de un recurso no renovable, condenado necesariamente al agotamiento. Los ojos del Imperio decadente fijaron sus fantasías de recuperación en el Atlántico Sur. Se ha intentado explicar la acción inglesa por el valor estratégico del archipiélago. Este es un argumento inconsistente. Al almirante Harry Train, comandante en jefe de la flota estadounidense y comandante supremo de la NATO en el Atlántico Sur - estudioso del conflicto austral - afirmó entonces que ese valor era inexistente, ya que la ruta del petróleo pasaba por el Cabo de Buena Esperanza y no por el de Hornos. Virginia Gamba, doctora en Estrategia y en Relaciones Internacionales, con vastos antecedentes en universidades de Sudáfrica, Gran Bretaña y Estados Unidos, en un trabajo denominado “Gran Bretaña en el balance del poder en el Atlántico Sur”, coincidió con el marino norteamericano: “En este marco conviene especificar que el área general del Atlántico Sur, tanto del lado africano como del americano, es una de las más alejadas o abandonadas áreas del pensamiento estratégico global…” Y añadía en otra parte de ese trabajo: “Lo único que podría darle a la zona un mayor valor estratégico serían grandes hallazgos de petróleo explotable…” La pregunta que aflora inmediatamente es: ¿Existen o no en la región de las Malvinas potenciales recursos en hidrocarburos que expliquen la actitud del gobierno de Margaret Thatcher? En mi libro “Malvinas: ¿Gesta Heroica o Derrota Vergonzosa?”, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1984, busqué la respuesta en el capítulo “Olor a Petróleo en el Atlántico Sur”. Me limitaré a reseñar algunos antecedentes concretos: • El periodista Daniel Muchnik. Diario Clarín, 4-12-1977, refiere que el ministro del gobierno militar, José Alfredo Martínez de Hoz, visitó Londres y recorrió el yacimiento Brendt, situado al este de Escocia. Escuchó el interés de las empresas por utilizar el stock existente en otras áreas petroleras del mundo. • Pocos meses antes, la revista The Petroleum Economist, editada en Londres, anunciaba en su número de marzo que la Argentina alcanzaría el autoabastecimiento en 1980 y comenzaría a exportar petróleo en 1985, porque se aprestaba a explotar sus yacimientos “off-shore” (costa afuera). Aventuraba las reservas probables de las cuencas marítimas australes del país entre 50.000 y 80.000 millones de barriles. • El 27 de julio de ese mismo año, 1977, La Nación publicaba un comentario firmado por Carlos García Matas y Peter Gruber. Aludía a un estudio publicado en 1976 por el geólogo Bernard Grossling, titulado “Latin America´s Pretroleum Prospect in Energy Crisis”. Grossling sostenía que el potencial petrolífero de la plataforma continental submarina argentina podría estimarse en cuatro veces el del mar de los Estados Unidos, excluyendo el Banco Burwood (que linda al sudoeste con las Malvinas). O sea, se hablaba de unos 80.000 a 90 mil millones de barriles de hidrocarburos, sin tomar en cuenta las cuencas más prometedoras por el espesor de sus capas sedimentarias. • El mismo Muchnik, en su artículo, recordó que a mediados de 1975, desde su cátedra de geofísica de la Universidad de Birmingham - Inglaterra - el profesor Donald Griffits había anunciado: “El Banco Burwood, al sur del archipiélago y al este de la isla de los Estados, podría contener un yacimiento suboceánico por lo menos tan rico como los del Mar del Norte”. • Poco tiempo después el gobierno inglés encomendó a Lord Shackleton investigar sobre el terreno las perspectivas económicas de la zona. La prensa británica explicó la decisión diciendo que “los cateos realizados son lo suficientemente alentadores como para justificar una explotación comercial” y tras analizar el aspecto jurídico, agregaba que “el gobierno argentino no puede ser un espectador pasivo”. • El tema Malvinas comenzó a tener cabida en el periodismo británico por primera vez en la historia. El “Daily Telegraph” publicaba una versión según la cual la CIA estimaba que las reservas de las costas australes argentinas eran tres veces más importantes que las del Mar del Norte. “The Guardian”, por su parte, reproducía la opinión de Richard Gott, experto en asuntos latinoamericanos, en el que sugería el modelo adoptado para la restitución de Hong Kong a China para resolver el entredicho político con la Argentina. El analista Michael Frenchman, en “The Times”, expresaba el punto de vista más radicalizado del laborismo, entonces en el poder, al considerar a las islas como “un colgajo inútil de los viejos días del imperio y un fastidio para la burocracia de un gobierno moderno”. John Retie de “Latin America Newsletter”, con evidente pobreza de don de profecía, agregaba: “Llegado el momento y en condiciones adecuadas, el gobierno de Gran Bretaña aceptará la transferencia de la soberanía a la Argentina”. En la ecuación política en la que se jugaba el futuro del archipiélago se había introducido, como vemos, una variable: Su Majestad el Petróleo. Variable que comenzaba a introducirse en la vida de Buenos Aires, donde los directivos de las petroleras extranjeras hablaban al periodismo sobre el tema. Así Lucio Mazzei, presidente de Shell en la Argentina, declaró el 13 de diciembre de 1977 a la revista Mercado: “Tenemos una gran expectativa en encontrar importantes yacimientos de petróleo en el Mar Austral y Shell hará un gran aporte energético a la Argentina”. En YPF, los técnicos de la empresa nacional creían que la zona que Shell había ganado en licitación en la región del Estrecho de Magallanes podría abastecer un volumen equivalente al 80 por ciento de la producción total de la Argentina. Mercado también informó que había llegado al país el presidente del Offshore Centar, Walter Drysdale, empresario inglés, acompañado por representantes de las empresas británicas Atlantic Drilling, Baring Brothers, British Petroleum y CIB Offshore, de la Deutsche Schachtbaund Tiefbohrgessellschaft de Alemania, la Helmer Staubo de Holanda, la Micoperi de Italia, la Eastman de Estados Unidos y la Uniòn Industrielle et D´Entreprise de Francia. Todas ellas vinculadas a la explotación del Mar del Norte. En menos de una semana dejaron planteadas negociaciones, que los avatares políticos posteriores frustraron, por 3.000 millones de dólares de entonces, con las firmas argentinas Bridas, Astra, Techint, Auspetrol, Desaci, Agua y Energía, Gas del Estado, Cometarsa, Dálmine Siderca, Itralko, Siam y Asea. Entrevistado por Mercado en esa oportunidad, Bernard Grossling aventuró que las nuevas prospecciones submarinas y satelitales permitían suponer la eventual existencia de reservas de petróleo y gas en la plataforma continental submarina argentina del orden de los 200 mil millones de barriles de petróleo. Con lo cual coincidía con el experto geólogo Antonio Pocovi, de YPF, que daba esa cifra para la isobata de hasta 200 metros, pero agregaba que en aguas más profundas podría esperarse encontrar otro tanto, por lo menos. El Wall Street Journal, siempre atento al mundo de los macronegocios, el 3 de junio de 1981, un año antes del conflicto austral, dejó asentada una serie de datos que no podemos descuidar: • El analista Bill Paul escribió que era “posible que la Argentina llegue a ser un importante exportador de petróleo, aún más importante que algunos miembros de la OPEP”. • “Geólogos internacionales, que han estudiado el país, dicen que la Argentina podría exportar hasta 300.000 barriles por día dentro de los próximos años”, agregó. • La sola zona situada al este de Río Gallegos, una de las menos interesantes por su eventual potencialidad, según el diario económico-financiero, podría contener hasta 6.000 millones de barriles de petróleo, tras veces más que los yacimientos canadienses Hibernia, en explotación. En Gran Bretaña sucedía un hecho político que modificaría substancialmente el estado de las largas y agotadores negociaciones entre ambos países que parecían ofrecer, bajo el laborismo, una salida equitativa para los mutuos intereses: los conservadores habían llegado al poder con el liderazgo de una mujer inteligente, ambiciosa y carente de escrúpulos: Margaret Thatcher. Una dama de clase media baja impregnada del espíritu victoriano y ansiosa de un encumbramiento personal. Todo volvió, como dicen los abogados, a fojas cero. Pero no solo la ambición política la guiaba; también la perspectiva de ser parte de un colosal negocio en el cual, según la percepción de la época, más allá de que se confirmen o no los vaticinios que hemos enumerado, se barajan cifras de alrededor de 6 billones de dólares; en la acepción castellana del término billones: seis millones de millones de dólares. Más o menos, el equivalente de cuarenta veces nuestra impagable deuda externa actual. En 198l la Falkland Island Company, virtual dueña de las Malvinas, transfirió el control accionario al grupo químico Coalite, en cuyo directorio - y no creo que por casualidad – tenía un puesto ejecutivo el esposo de la primera ministra británica, Dennis Thatcher, un hombre cuestionado en el Reino Unido por su no demasiado transparente foja como hombre de negocios. En 1984, la firma Firstand Oil and Gas Co., subsidiaria de Coalite, obtuvo una licencia por 30 años para la explotación de hidrocarburos en las Malvinas, el Banco Burwood y en un radio de 200 millas en torno al archipiélago. Curiosamente, el mismo radio aplicado por Thatcher a la zona de exclusión a la Argentina cuando se desató el conflicto. Para comprender hasta qué punto se justifica el derecho a la autodeterminación de la minúscula población de las Malvinas, que pretende negociar de potencia a potencia con nuestro país, es conveniente que conozcamos cuál es su posición ancestral con respecto a la Falkland Island Company y a su sucesor, el grupo Coalite. Así lo describió el periodista Ian Jack, de The Sunday Times Color Magazine, en los años ´80: “Los hombres de campo viven en casas añejas de la compañía, en tierra de la compañía. La tienda de los almacenes de la compañía deducen las facturas de los productos que trae el barco de la compañía de los salarios de la compañía. Mucha gente usa la compañía como un banco; la lana que esquilan de las ovejas va a Tilbury, también en los barcos de la compañía, donde descargan en los muelles de la compañía, se guarda en los almacenes de la compañía y se vende en el mercado de lanas de la compañía en Bradford. Mediante sus directores y sus accionistas y porque además es dueña de los únicos medios de transporte y comercialización existentes, la Compañía de las Islas Falkland ejerce su influencia sobre los otros pocos propietarios que existen en las islas. Para bien o para mal, las Falkland son las islas de la compañía” Recapitulemos lo enunciado hasta ahora: 1. Gran Bretaña tiene una histórica tradición imperialista en detrimento de casi todos los pueblos del mundo, desde América hasta el Extremo Oriente; la piratería era amparada por la corona, que compartía el botín, y la expansión se hacía sobre la base de los intereses de las grandes compañía privadas que financiaban guerras y expediciones punitivas. 2. Un ejemplo dramático fueron las dos guerras del opio en 1840 y 1860 para evitar la prohibición al uso de la droga dispuesta por el emperador. 3. Andrew Graham Yooll, escritor y periodista de “The Buenos Aires Herald” sostiene que Inglaterra libró guerras contra Hispanoamérica desde 1763 a la contienda de las Malvinas. 4. A partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, se inicia el desguace del imperio victoriano desde la India hasta el Africa, por diversas razones. Sin embargo, Londres se aferra con dientes y uñas a dos islas perdidas en las brumas del Atlántico Sur: ¿por que?. La explicación más evidente y razonable es que el explosivo aumento del precio del petróleo y la disminución de las reservas mundiales, coloca en primera línea de interés a las áreas hasta entonces mantenidas como reserva por los intereses multinacionales. El Mar del Norte salva al Reino Unido de la catástrofe económica y aparece la cuenca austral submarina de la Argentina como perspectiva de enorme interés. 5. En 1979 los conservadores conquistan el gobierno con Margaret Thatcher, con dos aparentes razones para lanzarse a la aventura de asegurar el dominio de las Malvinas, que los laboristas ponían en riesgo con sus largas pero esperanzadoras negociaciones: consolidar su propio prestigio, en su punto más bajo de apoyo en la opinión pública en 1982 , y facilitar al grupo empresario Coalite, en cuyo directorio figuraba su esposo Dennis Thatcher, el control de la zona, donde potencialmente existían reservas de petróleo y gas cuyo valor estimativo rondaba los seis millones de millones de dólares. Cuarenta veces la actual deuda externa argentina. Esa potencialidad de los yacimientos submarinos del Atlántico Sur era conocida por todos los centros petroleros del mundo, aunque ninguno tenía interés en ponerla sobre el tapete público. Sin embargo, en las postrimerías del gobierno de Isabel Perón, en septiembre de 1975, dos grupos empresarios, uno inglés y otro estadounidense, tomaron contacto con medios argentinos para asociar al país en la explotación de los hidrocarburos, a los que habría que agregar la existencia de importantes campos de nódulos de minerales estratégicos, y en última instancia, por su valor económico, la pesca. La embajada británica envió dos expertos en negociaciones petroleras, un señor Mc Cluskey, de la British Petroleum y otro, Foster, de la Shell, quienes tomaron contacto a nivel de extrema reserva con exponentes de la dirigencia política, militar, económica y sindical argentina. El embajador organizó una recepción en su domicilio de la calle Gelly y Obes. Asistieron jefes militares que tendrían un papel destacado durante el gobierno de Jorge Rafael Videla, dirigentes políticos del radicalismo y empresarios. Sus nombres llegaron a mí poder entonces, pero no estoy en condiciones de confirmarlos con pruebas tangibles. Los británicos ofrecieron el traspaso paulatino de la soberanía de las islas a la Argentina a cambio de la constitución de un consorcio para la explotación de los hidrocarburos, constituido por YPF, Shell, British Petroleum y la Anglo Arabian. Los ingleses se reservarían el 30 por ciento de los hidrocarburos extraídos; el restante 70 por ciento sería refinado en nuestro territorio, cuya capacidad de refinación se ampliaría con la construcción de una gran refinería en Río Gallegos. Habrán leído en estos días sobre la propuesta de los petroleros británicos de levantar una planta para la producción de combustibles líquidos a partir del gas de los yacimientos fueguinos, con una inversión de 1.500 millones de dólares, que daría empleo a 10.000 trabajadores durante la fase de construcción y a 500 que formarían luego la planta permanente. La oferta sumaba la realización de obras de infraestructura, líneas de crédito para la industria y la apertura del mercado británico para nuestras carnes y cereales. !Toda una tentación! Pero surgía un obstáculo. Los petroleros estadounidense, encabezados por los magnates tejanos, también estaban al mismo tiempo en Buenos Aires. La misión era encabezada por Juan Yáñez, gerente general de ESSO de la Argentina, por el asesor del Departamento de Estado Roy Rubottons, John Arams, Leopoldo Vincent y George Rubstein o Robstein. También los americanos hablaron con militares, políticos y empresarios. Pero mientras los ingleses se acercaban al sector “lanussista” de las FF.AA. y al radicalismo, los norteamericanos lo hacían con jefes militares enfrentados con esa línea y con políticos del justicialismo, entre ellos un par de ministros de Isabel Perón, cuyos nombres tampoco voy a revelar, pero conozco. Solamente voy a mencionar a una persona, porque explica mucho de lo que ocurrió después: un entonces desconocido coronel llamado Leopoldo Fortunato Galtieri, cuyo ascenso a la Presidencia de facto apareció muy ligada a los cursos realizados en West Point y la imagen de “general majestuoso” difundida por la prensa yanqui. Un tanto exagerada para un hombre más bien común, tanto como la fama de borrachín empedernido que le endilgó después el periodismo. Evidentemente, era una pieza importante en el juego de ajedrez entre los primos anglosajones. Estados Unidos, a través de sus contactos, doblaban las ofertas inglesas, aumentaron los porcentajes de utilidades para la Argentina, prometieron apoyo tecnológico para la industria nuclear, abrir sus mercados a la industria media, otorgar créditos a tasas reducidas y, además, presionar a Inglaterra para que restituyera las Malvinas. En ese momento Yáñez y Arams fueron secuestrados por la organización Montoneros. Liberados pocas horas después, sin sufrir agresiones físicas, fueron forzados por su gobierno a abandonar precipitadamente el país. Trascendió más tarde que habían informado con amplitud de detalles el estado de las negociaciones sobre el petróleo. Con el tiempo tomó cuerpo la versión de que un grupo montonero había actuado por instigación del Intelligence Service que, al mejor estilo James Bond, le dobló la mano al Departamento de Estado y a la CIA. Comprendo que todo esto suena a política-ficción, pero la lucha por el poder mundial se disputa a niveles inalcanzables para la percepción del hombre común. A veces la realidad supera hasta el infinito a la misma imaginación. En 1986 tuve oportunidad de tratar a un militar belga, el coronel Pierre Du Perry. Había sido integrante del Estado Mayor del Ejército de Katanga, una región del Congo que se había separado del país, a instancias de los intereses europeos empeñados en la explotación del oro y los diamantes. Yerno del presidente del poderoso grupo Uniòn Minière Belge, e interesado en traducir al francés mi libro sobre Malvinas, Du Perry me hizo conocer los términos de un acuerdo secreto pactado entre la Unión Soviética y Gran Bretaña, conocido como “Entendimiento Oppenheimer”. El grupo Oppenheimer es el cartel anglo-suizo-norteamericano que controlaba el oro y los diamantes de Sudáfrica, minerales que tenían su otro gran productor en la Unión Soviética. Desde hacía años ingleses y soviéticos controlaban de común acuerdo el mercado internacional del oro y los diamantes; se sumaba a ellos el del cromo, mineral estratégico de vital importancia. Nos estamos ubicando al promediar la década de los años 70, cuando el avance estratégico soviético, desde Cuba, hasta China, pasando por Medio Oriente y los puntos más sensibles de la geografía africana, parecía tender un cerco sobre los Estados Unidos. El tratado secreto, modelo de pragmatismo de ambas partes, establecía según mi informante: • Moscú acordaba garantías a los intereses económicos occidentales de que no peligraría la propiedad de los yacimientos sudafricanos de oro, diamantes y cromo. • Londres reconocía el Cono Sur africano como eventual “esfera de influencia” rusa. • Moscú, a su vez, reconocía como “esfera de influencia” inglesa la América del Sur. Casualidad o no, Moscú se abstuvo de votar en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas cuando se trató el conflicto de las Malvinas, en contra de su tradición de enfrentar a Occidente en todos los litigios, sin importar demasiado la legitimidad democrática de los gobiernos involucrados. No olvidemos que durante el gobierno de Roberto Viola, sucesor de Videla, llegó a la Argentina una misión militar soviética y hubo un sugestivo intercambio de condecoraciones. La implosión del inviable imperio soviético modificó este panorama estratégico con el correr de los años, pero la realidad de entonces torna, por lo menos verosímil, la confidencia de Du Perry y explica muchas cosas. Como que actualmente los grupos británicos (ingleses, canadienses. australianos) dominen prácticamente la gran minería de la Argentina y del Brasil, tanto en minerales tradicionales como en los llamados estratégicos. Estados Unidos perdió terreno, al menos temporalmente. Analicemos la acción desplegado por los gobiernos de Londres y Buenos Aires a poco de anunciarse el envío de la Task Force, inglesa – más de 25.000 hombres y un centenar de buques, incluyendo dos portaaviones, un submarino nuclear, destructores y fragatas – rumbo al Atlántico Sur. El antes mencionado almirante estadounidense Harry Train, durante una conferencia dada en la Escuela de Guerra Naval argentina el 26 de noviembre de 1986, sostuvo: “Entre el 2 de Abril y el hundimiento del Belgrano, el 2 de Mayo de 1982, las autoridades argentinas actuaron en la convicción de que estaban envueltas en el manejo de una crisis diplomática. Los británicos lo hicieron en la convicción de que estaban en guerra.” En esta diferente apreciación del conflicto reside una de las claves de la derrota argentina. Las autoridades de la Junta Militar no tomaron las medidas que hubieran volcado a su favor el escenario estratégico. No aprovecharon la oportunidad para emplear buques de carga en el transporte de artillería pesada y helicópteros para sus combatientes y equipo para prolongar la pista de Puerto Argentino a fin de que pudieran operar los A-4 y los Mirage desde el archipiélago. La presencia de aviones en tierra sumada, tal vez, a la del crucero General Belgrano, convertido en emplazamiento de artillería de largo alcance, hubiera impedido el martilleo constante de las fragatas ingleses sobre las líneas argentinas. Para algunos analistas, el gobierno militar, cortejado por los petroleros tejanos que aseguraban contar con el apoyo de Washington, estaba convencido de que la presión norteamericana obligaría, finalmente a Londres a aceptar una solución diplomáticas que respetara los intereses de las partes. Se planteó una política de “legítima defensa”, a partir del primer incidente en las islas Georgias, en que Gran Bretaña apeló a la fuerza para impedir la permanencia de los trabajadores argentinos contratados por el chatarrero David Davidoff para desmantelar viejas estructuras de las abandonadas estaciones de caza de ballenas. Davidoff había firmado un contrato con el gobierno de Londres para efectuar esas tareas. Todo señala que el pretexto de que el campamento de civiles había ostentado una bandera argentina en el lugar, hecho que no representaba ningún riesgo como eventual antecedentes jurídico en la disputa de soberanía, formó parte de la estrategia de Thatcher para escalar el conflicto hasta desencadenar una guerra perfectamente planeada. ¿Por cual razón?. Porque la posición jurídica de la Argentina en el seno de las Naciones Unidas era de indiscutible fortaleza, a punto tal de que había pocas dudas en el contexto internacional de que, finalmente Inglaterra aceptaría negociar la restitución de la soberanía. Ante la fragilidad de la diplomacia. Sólo restaba provocar un acto de fuerza, embretar a los militares de Buenos Aires en una trampa de la que no pudieran escapar impunemente. Al zarpar la flota hacia las Georgias, a Buenos Aires le quedaba una sola opción: abandonar el campo y aceptar las condiciones de la “expedición punitiva” o hacer pie en Malvinas sin derramar sangre inglesa y así crear las condiciones morales para una negociación ante los ojos del mundo. La operación del 2 de Abril, comandada por el almirante Carlos Büserr, fue impecable. Setenta buzos tácticos argentinos desarmaron a la guarnición de medio centenar de Royal Marines y abrió las puertas a la guarnición de desembarco. Margaret Thatcher buscó permanentemente la guerra. Y lo logró cuando, en una decisión que ha sido calificada por muchos juristas como “crimen de guerra”, ordenó hundir por el submarino nuclear “Conqueror” al crucero “General Belgrano”, fuera de la zona de exclusión de 200 millas, arbitrariamente fijada por su gobierno para las naves y aviones argentinos, cuando navegaba, con todas las luces encendidas, rumbo a Tierra del Fuego, convencido de estar al abrigo de todo ataque. Todo indica que lo hizo urgida por la presión de las Naciones Unidas, cuando la mediación del presidente del Perú. Belaunde Terry, la acorralaba para aceptar una salida pacífica. El parlamentario escocés Tam Dalyell, laborista, lanzó una dramática acusación desde su banca: “El cargo concreto es que la Primer Ministro, fría y deliberadamente, dio la orden de hundir el crucero “General Belgrano”, a sabiendas de que una paz honorable estaba a punto de lograrse, y con la esperanza de que los torpedos del submarino hundieran el plan de paz peruano que ofrecía dicha posibilidad” Es más, Dalyell también afirmó contar con pruebas de que antes de la invasión argentina Gran Bretaña realizaba aprestos de guerra. Dos días después de la dolorosa pérdida de vidas argentinas en el mar, los ingleses recibieron una contundente réplica: la aviación argentina hundió el crucero “Sheffield”. Londres, dijo un testigo presencial, se paralizó al difundirse la noticia. La guerra no iba a ser un paseo. Así lo testimonian analistas militares de todo el mundo: • El coronel Jonathan Alford, vicedirector del Instituto Internacional de Estudios Estratégicos de Londres sostuvo que…”Quizá con solo un poco más de fortuna en los momentos críticos, la Fuerza Aérea Argentina podría haber obligado a Gran Bretaña a abortar la expedición”. • El as de la aviación francesa de la Segunda Guerra Mundial, Pierre Clostermann, declaró: “Las pérdidas sufridas por los ingleses representan la derrota más grande de la flota británica en los últimos 50 años. Los daños que le causó la Fuerza Aérea Argentina son increíbles. Si hubiesen explotado todas las bombas arrojadas sobre los barcos, la derrota de la flota británica hubiera sido la más grande de su historia.” • El especialista en guerra aérea, Milton Thomas, aseveró: “El valor de las tripulaciones argentinas asombro, pero más llamó la atención de los expertos cómo sistemas de armas que no estaban muy actualizados fueron capaces de violar la avanzada defensa del navío que se tenían prácticamente por invulnerables” • Jack Anderson, prestigioso comentarista político de Washington, escribió: “Por distintos motivos, según los informes secretísimos del Pentágono, entre el 60 y el 80 por ciento de las bombas usadas por los argentinos no estallaban. No menos de seis barcos británicos tenían bombas sin estallar en sus cascos. Entre las razones de ellos se contaban la vejez de bombas de 250 y 500 kilos y el deterioro de sus mecanismos, el hecho de que muchas bombas fueron valientemente arrojadas a alturas tan reducidas que sus espoletas no tuvieron tiempo para funcionar”. • Pierre Darcourt, desde las columnas del diario francés “Le Figaro” reconoció que “los británicos han subestimado el peligro que representaba la aviación de combate argentina, la determinación y el valor de sus pilotos” y recalcó que… “El “Sheffield”, hundido en pocos segundos por un misil Exocet lanzado desde un Super Etandard, era la avanzada radar del dispositivo naval británico con la misión de detectar al enemigo. Buque especializado en la lucha antiaérea, fue sorprendido por un ataque aéreo llevado a cabo admirablemente” Al terminar la guerra, la lista de bajas de la flota incursora fue la siguiente: 4 de mayo de 1982. Destructor Sheffield. Hundido por un Exocet. 12 de mayo de 1982. Destructor Glasgow (gemelo del Sheffield) Fuera de combate por bombas aéreas. 21 de mayo de 1982. Crucero liviano Antrim . Varios impactos de bombas sin estallar. Averiado. 23 de mayo. Fragata Argonaut . Gravemente averiada. 24 de mayo de 1982. Fragata Antelope. Hundida por bombas aéreas. 24 de mayo de 1982. Transporte de tropas Sir Lancelot. Averiado; bombas sin estallar. 25 de mayo de 1982. Destructor Coventry (gemelo del Sheffield). Hundido por bombas aéreas. 25 de mayo de 1982. Carguero Atlantic Conveyor. Hundido por Exocet. 25 de mayo de 1982. Fragata Broadsword. Averiada por bombas sin estallar. 30 de mayo de 1982. Portaaviones Invincible. Averiado por Exocet y bombas aéreas. 8 de junio de 1982. Transporte de tropas Sir Tristam. Destruido por bombas aéreas. 8 de junio de 1982. Transporte de tropas Sir Galahad. Destruido por bombas aéreas. 8 de junio de 1982. Barcaza de desembarco tipo LUM. Hundida por bombas aéreas. 12 de junio de 1982. Destructor Glamorgan. Fuera de combate por un Exocet lanzado desde tierra por un equipo móvil de la Armada Argentina. ¿Pudo la Argentina ganar una guerra contra Gran Bretaña? La respuesta es no, si por tal consideramos un conflicto bélico extendido en el tiempo. ¿Pudo la Argentina derrotar a la flota inglesa en Malvinas, con lo cual era muy probable el derrumbe político de Mrs Thatcher y su reemplazo por un gobierno laborista que posibilitara una equitativa solución del histórico litigio?. En este caso la respuesta es sí. La importancia de las bajas experimentadas por la Taso Force, el comienzo del invierno y los problemas de reequipamiento que experimentada el almirante Woodward, comandante en jefe de la flota incursora, así lo hacen suponer. Queda, tal vez, una pregunta por satisfacer. Si los intereses de los petroleros tejanos movilizaron a buena parte del gobierno de Ronald Reagan a asociarse con la Argentina para explotar los hidrocarburos de su plataforma continental submarina, ¿por qué, en definitiva, Estados Unidos terminó por abrir los arsenales de la NATO para proveer de armas de avanzada tecnología a Inglaterra – misiles aire-aire Sidewinder de última generación, misiles antiradar para atacar a las baterías antiaéreas argentina y las bombas guiadas por laser Pavewy II de alta precisión – además de combustible y buques-taller que emparcharon los buques averiados para mantenerlos a flote? Breves palabras para referirnos al cuadro estratégico mundial en esa época. La Unión Soviética controlaba Cuba en América Latina, donde bullía la guerrilla subversiva; tenía sus soldados y gobiernos amigos en Angola, Mozambique, Somalia, Etiopía, Yemen, Argelia y Libia; en el Medio Oriente varios gobiernos árabes eran aliados tácticos en la lucha contra Occidente e Israel y en el Extremo Oriente se alzaba el nuevo coloso chino, todavía adversario de Estados Unidos y sus socios. Los dirigentes rusos comenzaban a advertir los primeros síntomas de disolución de su imperio, ante el desafío económico y tecnológico que le planteaba Ronald Reagan, con su anunciada estrategia de defensa espacial (“Guerra de las Galaxias”) que restablecería la supremacía norteamericana. Sólo les quedaba, a juicio de muchos analistas, la huida hacia adelante; es decir, lanzarse a la conquista de Europa para ampliar su espacio y tomar posesión de sus modernas industrias. El balance de poder establecido por la mutua capacidad de destrucción por medio de los misiles intercontinentales obligaba a la Unión Soviética a poner en práctica la vieja táctica leninista de comer el salchichón tajada a tajada. Y a especular con que el horror a la devastación nuclear limitara una eventual guerra al escenario europeo, donde contaba con la enorme ventaja que le daban sus instalaciones de misiles de alcance medio, armas tácticas que podían resolver el conflicto en zona geográficamente limitadas, llegando al borde del holocausto atómico, pero sin cruzar el límite. Reagan, mientras intentaba – aún hoy no se pudo lograr el objetivo – armar su defensa espacial, necesitaba imperiosamente disuadir a los rusos de avanzar sobre Europa Occidental. Sólo podría lograrse ese objetivo, instalando sus propios misiles de alcance medio en bases europeas. En ese momento surgió la garra política, la audacia y determinación de Thatcher. Ofreció facilitar, como realmente lo hizo, a Reagan bases en Inglaterra y en otros países de Europa (Alemania, Francia e Italia, entre otros) para que los misiles “Pershing” de mediano alcance equilibraran la ventaja estratégica de la URSS. Ese fue el precio. Ronald Reagan no tenía opción posible. Entre los intereses de los petroleros tejanos, que en circunstancia normales hubieras sido decisivos y la necesidad de preservar a los Estados Unidos de un peligro cierto de enfrentar una guerra de consecuencias impredecibles, no vaciló. La Argentina se encontró sola frente a su desafío histórico.

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