EL ALBERTO ARRIBA PESE A LAS ENCUESTAS PAGAS
HACIA EL 23/10
La venganza de los segundones: Binner y Rodríguez Saá
En el comienzo de 2011, Alberto Rodríguez Saá iba a ser Nº2 de Eduardo Duhalde y Hermes Binner Nº2 de Ricardo Alfonsín. Sin embargo, hoy día Rodríguez Saá tiene su propia fórmula y aventaja a Duhalde; y Binner tiene su propia fórmula y aventaja a Alfonsín. Binner y Rodríguez Saá comparten, con Cristina, el interés en el rol creciente del Estado, y tienen enfoques políticos bastante antiguos. El tema merece varias reflexiones. Aqui, algunas de ellas:
por ROBERTO GARCÍA
Una omisión notoria sería, a dos semanas de los comicios generales, ignorar el acontecimiento. Casi una falta profesional. Por más que éste se anticipe como un trámite, carezca de expectativas y le falte siquiera una mínima sorpresa con relación al ganador. Como se sabe, en todo caso se discute el número de votos a obtener por Cristina de Kirchner, no su abultada ventaja.
Casi una fruslería, a menos que se quiera tener en cuenta la capacidad atlética de Ella para vulnerar algún récord electoral. En cambio –aunque insignificante como un torneo de fútbol de verano, con exangüe prensa y desperdiciada publicidad–, otra inquietud periodística provoca la ubicación por el segundo o tercer lugar, hoy en apariencia asediada por dos aspirantes (Binner y Rodríguez Saá), quienes hace menos de dos meses ni soñaban con ocupar esos lugares (reservados entonces para Alfonsín y Duhalde).
Devaneos de la política, del resultado de una interna que fue casi general y de una audiencia volátil, imperfecta, a la mode: casi 50% de electores en busca de un destino, erráticos, disconformes con el hábitat opositor en el que les toca respirar. Tanto que una buena parte responde, no sólo en el inconsciente, al oficialismo. Como los dos principales contenedores.
De esa competencia menor se desprende una curiosidad: quienes disputan el segundo lugar para la carrera presidencial del próximo 23 son imputados de cómplices, adictos o funcionales al régimen de Cristina de Kirchner. Por supuesto, la acusación proviene de los desplazados Alfonsín y Duhalde, quienes en la última elección no confrontaban exageradamente con el oficialismo, mas propiciaban la oferta primaria de “apoyemos lo que está bien, objetemos lo que hacen mal”.
Hoy, en cambio, se han radicalizado, hasta modifican su personalidad característica: Alfonsín, cierta pasividad campera; Duhalde, ese lenguaje de presunto estadista con el que se vendía en los mostradores. Y como la piedra de su honda no alcanza a Cristina, personalizan sus obsesiones fastidiosas en Rodríguez Saá (Duhalde) y en menor medida en Binner (Alfonsín).
Aun así, los especialistas en sondeos sostienen que estas alteraciones temperamentales, a veces groseras, ya no pueden alterar la medición del amperímetro: ambos candidatos parecen condenados al retiro. Ocurre que hace sesenta días, la lógica indicaba que el puntano podía ser el vice de Duhalde y Binner el de Alfonsín.
Hoy, no sólo se invirtieron los roles en esta categoría pluma: quienes ascendieron ni siquiera contemplan a los otros como partenaires. Más bien citar sus nombres convoca a la escasa fortuna.
Por lo tanto, interesan los nuevos aunque sean viejos, por más que los sesentones de ahora cotizan en cualquier circuito. A los dos, del interior, les cuesta la introducción en Buenos Aires y en Capital: no entienden los ritos y personajes de esos ámbitos, el lenguaje, la realidad de asimilarse, también comunes cuando provienen de un territorio (San Luis y Santa Fe) donde gozan de ciertas excepcionalidades.
Uno, Hermes Binner, representa un socialismo de antaño aunque se dice europeo contemporáneo, pacifista, mimetizado en la clase media, más cooperativista que revolucionario.
El otro, Alberto Rodríguez Saá, a pesar de pregonar la wi-fi, las instalaciones de la plástica o los avances cinematográficos, su cordón umbilical se reconoce en el peronismo de origen, vive más de ese ensueño de los cincuenta que del de décadas más recientes (aclaración: estas puntualizaciones de probable obsolescencia no suponen que, por oposición, Cristina signifique una vanguardia: casi todos, en la Argentina, descubrieron a Steve Jobs el día que murió).
Con vestuario y rostro de director de escuela, inmóvil aunque explote una bomba a su lado, a Binner los radicales de Alfonsín lo acusan de votar casi todo lo que el kirchnerismo lleva en delivery al Congreso. Como si no fuera una auténtica resistencia al oficialismo. Igual procede Duhalde con el menor de los puntanos, un aindiado revoltoso social, si es que esa calificación comprende participar en el barullo de romances famosos, incursiones artísticas de dudosa estética, desparpajo religioso y hasta la construcción de un ropaje digno de Benito Fernández. Como estos antagonistas circulan en el peronismo, se añaden sospechas y denuncias económicas, achacándole Duhalde a Rodríguez Saá el contubernio de fingir una falsa oposición a la Casa Rosada para obtener luego ventajas pagas en los juicios que la provincia tramita en la Corte Suprema.
Si uno se atiene a la docencia universitaria, a los supuestos ideológicos y sus respectivas preocupaciones sociales, Binner y el socialismo se identifican con el crisnerismo; son tal para cual, vulgarmente hablando, por más que en las últimas horas los jefes faccionales parecen disputar entre sí. Reúnen en el pensamiento –se confirmará en la noche del 23– casi 70% de la población argentina. Y si bien Rodríguez Saá parece un adversario más intransigente por su procedencia interna, en rigor guarda más semejanzas que distancia con la viuda dominante (aunque se odien en lo personal). Nadie, hasta ahora, se interesó por enhebrar una relación entre el breve gobierno de Adolfo Rodríguez Saá (y su hermano Alberto) con el de los Kirchner. Por el contrario, hasta se supone que han estado en las antípodas. Sin embargo, hay algunas observaciones de continuidad tanto desde lo político como desde lo económico.
Ambas administraciones mostraron tendencias comunes en materia de deuda, aunque utilizando mecanismos distintos (default o recorte de pagos). También ambos se regocijaban con una mayor participación del Estado en la economía. Pero la mayor cercanía entre las partes pasó por la política de derechos humanos, ya que Rodríguez Saá incorporó a un ministro de Justicia de ese sector (Alberto Zuppi), prometió juicio y castigo, en más de una oportunidad recibió con algarabía a Hebe de Bonafini. Al mismo tiempo, claro, recibía halagos de una prensa específica, lo custodiaban mediáticamente como a un presidente por toda la vida, como si no fuera obvio su previsible y fugaz mandato. Allí, en suma, nació entonces el modelo por el que hoy quiere cobrar derechos de autor La Cámpora, las convicciones que no se abandonan en la escalinata. Si alguien se quedó sin otro perfil, habrá que recordar otra evidencia del ADN: el visitante o anfitrión más querido por los hermanos era el sindicalista Hugo Moyano, de la CGT.
Para escribir un libro, sin duda. Para entender que, en la noche del otro domingo, mucho más del 80% de los votos consagrará una idéntica línea de pensamiento. Transitoria quizás, pero definitivamente actual.
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