SIN MARGEN PARA BALANCES
El cierre del 2009 en la Argentina parece arrojar nada más que doce meses de pérdida de tiempo, desperdicio de oportunidades y retroceso.
Por Gabriela Pousa
Final de Año
Ni el pormenor simbólico de reemplazar un tres por un dos
ni esa metáfora baldía que convoca un lapso que muere y otro que surge
ni el cumplimiento de un proceso astronómico
aturden y socavan la altiplanicie de esta noche
y nos obligan a esperar las doce irreparables campanadas.
La causa verdadera es la sospecha general y borrosa
del enigma del Tiempo; es el asombro ante el milagro
de que a despecho de infinitos azares, de que a despecho de que somos
las gotas del río de Heráclito, perdure algo en nosotros: inmóvil.
Jorge Luis Borges
No es simple escribir una nota a fin de año. En primer lugar porque los balances en la Argentina actual carecen de sentido, y en segunda instancia porque la misma nota escrita en diciembre de 2008 podría volver a publicarse acá sin alterar un ápice. ¿Qué indica ello? Doce meses de pérdida de tiempo, desperdicio de oportunidades y retroceso.
Comenzado el verano 2009, un análisis de mi autoría, en este mismo sitio, avizoraba una carrera proselitista que ofrecería matices más que interesantes. Hoy, paradójicamente, sin año electoral delante, se observa idéntica escenografía. Copiando textualmente sostenía: “Es la primera vez que puede dejarse de lado el actuar kirchnerista. De hecho, el matrimonio presidencial no hará sino lo que ha venido haciendo desde su asunción al poder. Fracasada la transversalidad y sólo lograda la obsecuencia “necesaria” para poder morder algo de la caja oficial, Néstor Kirchner se dedicará a la reconstrucción de lo que ya le falló. Para ese fin, todos los medios serán legitimados, hasta el más ruin. En 6 años han mostrado ser capaces de lo impensable. Se ha violado la Constitución Nacional, se avasallaron instituciones, se construyó una suerte de revisionismo histórico que les fuera funcional para reemplazar la historia local, y se ha mentido en forma descarada.”
El párrafo del informe remitido a fines de 2008 nos deja el sabor amargo de su cumplimiento a pie juntillas. Durante el 2009 se han “legitimado” las formas más precarias de hacer política y la “cooptación”, compra y venta de voluntades ha mostrado hasta qué punto llega la crisis moral y ética en la Argentina.
Lo grave en este final de 2009, que se presagia casi como la meteorología: de grises plomizos a tormentas torrenciales con mejoramientos temporales, es la reiteración maniquea de situaciones e incluso de oratorias harto conocidas, proclamadas por actores cuyos “dones” tampoco escapan al dominio público.
Nuevamente es Eduardo Duhalde versus Néstor Kirchner, y esa “cosa ezquizoide” en que se ha convertido el justicialismo (al decir del jeque bonaerense). Junto a ello, cuarenta millones de argentinos rehenes de esa situación. Todo inútil y poco productivo. Nada conducente con el sueño de un país que merezca, simplemente, ser vivido.
Terminar el año con una batalla campal entre intereses espúreos por demás es tan triste como presagiar un 2010 donde las oportunidades se vuelvan a perder y el descontrol, la anomia y el hastío vuelva a ganar al pueblo argentino. Hay una alarma que suena previendo que pueda regresar esa maledicencia de “tregua” que suele darle, sobre todo la clase media, a la dirigencia y cuya explicación requiere más que un análisis político, un exhaustivo estudio del “ser argentino”.
Si bien la derrota de los Kirchner es perenne y hasta me atrevo a decir que de la misma no se vuelve, hay posibilidad aún de caer en una apatía que nos ciegue nuevamente gracias a otro receso veraniego o verano recesivo, mejor dicho.
Es como si el calor nos sumiera en un vaho de olvidos, o como si el organismo no pudiera ya acumular más decepciones y azotes. Por eso se permite quizás que, sin estar resueltos los problemas perentorios de la gente, se escuche debatir gabinetes absurdos, o mismo se trencen en una guerra singular una jueza de la Corte Suprema de Justicia con el Jefe de Gabinete Nacional. Insensateces que sólo pueden tener cabida en un país a la deriva donde ni los principios básicos de convivencia, ni el respeto por la ciudadanía tienen vigencia ni mucho menos supremacía.
Se seguirá esperando providencias como sucediera en el año que termina: del mismo modo como se aguardó el 28 de junio creyendo que sería un punto de inflexión, y luego se esperó el 10 de diciembre como clave de un cambio todavía demasiado verde, se ha de añorar la llegada de marzo como mes emblemático, y así sucesivamente. Pareciera que la paciencia de quienes habitan estas geografías es infinita. Sólo se conoce una metodología de protesta que apunta a cortar rutas, calles y pasos en detrimento de otros ciudadanos.
Mientras eso sucede, el gobierno sigue desestabilizándose a sí mismo a fin de apelar, en cada uno de sus fracasos, a la conspiración inexistente, a los “golpistas” sepultados hace años, a las “oligarquías” diezmadas por fraudulentas administraciones capaces de convertir al granero del mundo en tierra saqueada.
Pese a tanta incertidumbre de futuro y de salida, ¡qué predecible se vuelve la Argentina! Los diarios de los doce meses venideros pueden redactarse con tristísima anticipación aunque la esperanza sea lo último que se pierde.
Probablemente quienes tengan el mayor desafío en esta nueva etapa que se inicia sean los medios de comunicación. Ya los políticos, lamentablemente, han perdido su crédito y el cheque en blanco no les es más otrorgado. En cambio, el periodismo si recobra el rumbo, es decir su función y rol de servicio, tiene en sus manos la opción de reivindicar cierto pasado turbio, cómplice, poco claro. Si en cambio, decide dedicarse a mostrar las modas del verano, las playas top, o adentrarse en los escándalos de vedettes y amantes despechados, la posibilidad de caer nuevamente en la estupidez magnánima surge como la peor de las amenazas.
Los problemas que acechaban al país hace doce meses no más, siguen acechando, y aunque haya que apostar a la ilusión, es muy difícil que eso cambie si tenemos en cuenta quienes son los protagonistas que dicen tener el poder de revertir tamaña situación. ¡Son los mismos que la crearon!
Que cada argentino, en este brindis de fin de año, recree sus sueños y expectativas poniendo el eje de atención en lo esencial que es aquello qué cada uno puede – de una u otra manera – realmente manejar: sus afectos, sus amigos, su quehacer individual para sumar a la sociedad. En una de esas, cambiando cada uno, el efecto se multiplique y a la larga se pueda escribir un balance final donde lo sembrado no derive en malezas ni dependa de “los sospechosos de siempre” como en una afamada película hollywoodense.
Mientras tanto, asumamos que pasamos doce meses siendo actores de reparto pero en un teatro de tercer mundo y en un celuloide barato, demasiado barato.
¡Que el 2010 sea lo que debe ser... teniendo en cuenta que los fines no justifican los medios, pero los medios sí determinan la naturaleza del fin a obtener!
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